31/1/08


el alma es de cristal, él no lo sabe, por eso le susurra sin darse cuenta: "hoy tienes ojos de gata". el alma es de cristal, de pez de lágrima, de falta de piedad y tres martillos. no tiene por qué significar. nada. los atardeceres rotan de madrugada en un estúpido cambio de turno mientras yo trepo a las sillas para alcanzar un minuto. el cocodrilo me quiere besar. tengo el alma de cristal y con manillas.

29/1/08


Disculpe que lo interrumpa de nuevo, créame, entiendo perfectamente que esté algo cansado de escucharme hablar de amor. Le aseguro que yo estaría bastante empalagada si lo leyese así continuamente. Pero debe hacerse cargo, se lo ruego, de mi actual situación. Como sabrá, los estados de la luna en que me muevo suelen ser dos: Peter y Garfio. Pero ahora, extrañamente vivo en un continuado estado de Wendy. Me descubro en una ensoñación mientras voy en el coche, leo novelas para adolescentes y vuelvo a ver antiguas series de televisión que me hacían enrojecer con quince años. Y no se asombre si le digo que ahora enrojezco de nuevo y grito si las cosas van mal, y me pongo de rodillas en la cama, y corro a devorar otro episodio si se me ha acabado el último. Suspiro, me río, doy un salto. Creo que no será capaz de imaginar lo que esto significa, baste decir que me he dejado ser Wendy muy pocas veces en mi vida, nada de romanticismo, nada de ensoñaciones. Y ahora me descubro de esta manera. Tiene que comprenderme.

Andar entre Peter y Garfio me desquicia sobremanera. Cambio con un pestañeo de vivir el instante a sentirme acorralada por el paso del tiempo. Soy en un segundo feliz de una manera totalmente descontrolada, y enseguida vuelvo a llorar encerrada en el espejo por lo injusto que es... por lo injusto simplemente. Este ir y venir continuo de la alegría a este otro sitio tan cotidiano, acaba por hacerme desconfiar de todo lo que siento. Nunca sé cuánto durará una emoción y mi alma de cristal enciende luces en la casa para que no entren los piratas.

Y ahora, ¿me ha visto usted? Tengo los labios pintados delante del ordenador. El domingo usé rimel y me vestí de rojo. Me preocupo por mi pelo y deseo verlo llegar a todas horas para que me refugie en su pecho. No me cansa que me bese, no me cansa que me hable todo el rato de sí mismo, ni que me acaricie la mano mientras vemos la televisión. Compréndalo, es más bien que si me olvida un segundo, me lanzo como fiera a recordarle que yo existo. ¿Dónde se ha quedado el volar lejos para ser yo mismo, el llorarle a solas en el comedor?

Déjeme ser Wendy un poquito más, sólo lo justo para echarlos de menos a ellos, los que me configuran a diario.

26/1/08


Es sábado y todos están reunidos en el bar de costumbre. Las conversaciones se han fragmentado ya y todos beben y parlotean. En la cuarta ronda Raquel comienza a proponer juegos, canturrea entre los grupos y se tropieza de vez en cuando.
-¿Beso o verdad?-Me pregunta picarona mirándome desde abajo.
Yo no soy muy de estos juegos, prefiero situarme siempre en un segundo plano y pasar desapercibida, pero esta vez parece que no puedo librarme. Raquel me pregunta de nuevo haciendo que poco a poco se vayan sumando los demás a nuestra conversación. Yo miro a Mario desesperada y él se encoje de hombro dispuesto a no aliviarme en ningún sentido ese mal rato. Mis ojos de cordero no han funcionado, así que me vuelvo hacia Raquel vencida y para vengarme del mundo murmuro:
-Beso.
Algunos amigos hacen palmas y otros gritan sorprendidos. Mario me mira entre inquieto e interesado y se apoya en la barra. Raquel está dando saltos con cara de mala buscando entre nuestros amigos alguno que me resulte verdaderamente difícil. Yo comienzo a arrepentirme de mi decisión.
-A ver, a ver...- sonríe mi amiga.- Tienes que besar a... ¡Jaime!
Se me hace un nudo en el estómago y la miro suplicante. ¿A Jaime? Raquel me empuja hacia el centro del círculo improvisado que han formado nuestros amigos y noto que empiezo a enrojecer. Los ojos de Mario deben de estar clavados en mi nuca porque lo siento ahí, absolutamente atento.
Descaradamente Jaime sale de entre la multitud sonriendo. Su gesto es desperocupado, pero conozco su mirada y está inquieto. Supongo que por su cabeza cruzan las mismas imágenes que por la mía, todas esas conversaciones antiguas, todos esos rumores que corrieron sobre nosotros, todo lo que antes nos unía y ahora forma parte del recuerdo. Nuestros amigos comienzan a corear algo estúpido y yo me inclino para besarlo. Él acerca una mano a mi cintura con delicadeza. El beso sólo dura un instante. Y todo está en silencio. Nos miramos y por un segundo parecemos vernos de nuevo como nos veíamos antes. Sé que estoy sonriendo porque él lo hace. Me atrae hacia sí y me refugia en su pecho para darme un beso en el pelo.


En el bar vuelve a haber mucho ruído y todos nuestros amigos se distraen porque Raquel ha elegido otra víctima para su juego. Jaime y yo nos separamos, nos olvidamos de nuevo. Mario me ha pedido otra copa de vino y me mira con gesto serio.
-¿Estás bien?-Me pregunta acercándome una banqueta.
-Por supuesto-, miento.

23/1/08


Lo noto. Se está acercando otra vez. Me pesan los pasos y todo me parece un poco más triste. Termino de ver un capítulo más de la serie de todos los días y me doy cuenta de que estoy llorando. Salgo a la calle y el silencio continúa en el fondo de mi estómago. No me apetece cruzar la mirada con nadie, clavo mis ojos en mis pies, los espejos me asustan un poco más. Algo anclado en la comisura de mis labios me hace tender hacia abajo, casi sin darme cuenta me cuesta más trabajo sonreír que mantener el gesto torcido. Siento mi pecho de paloma, mi palpitar de pajarillo caído al suelo temiendo que en cualquier momento un niño pase y lo vea. Se me transparenta el alma de cristal de alguna manera sutil que me aniquila y mi estómago está en silencio de cueva esperando un ladrido más. Aguanto la respiración sin darme cuenta y los ojos se me colman si me dices que no vendrás hoy, que no tienes tiempo. La casa está vacía y lo agradezco, puedo vagar por el pasillo, acostarme en la ventana, cerrar los ojos sin cerrarlos, beber agua tragando sin esperar nada. Lo noto. Ya queda menos. Y no me apetece negarme.

21/1/08


Odio volver a casa de un viaje, sentir cómo atardece a través de la ventanilla y el olor del coche. Sentarme en el asiento de atrás, en otra esfera alejada donde la música actúa de barrera entre mis padres y yo. Oberservar sus siluetas recortadas, cansadas, él atento a la carretera, ella a punto de dormirse. Odio ver al sol esconderse entre las montañas tiñiéndolo todo de ese amarillo que suena a final. Pesa el aire contenido, el ruído del motor me descontrola, tengo miedo y no sé a qué. Silencio. Nos adelantan contínuamente. Hay que dar los faros. ¿Cuándo se verá el castillo? ¿Qué túneles quedan? Enormes gigantes de piedra, murmuro, gracias por dejarnos pasar y permitirnos regresar. Odio que no diluvie si tengo que volver a casa, una casa que no cambia, que no experimenta conmigo todos los pequeños sucesos del día que me han hecho diferente, sutilmente, a como me desperté. Ese lugar que nos ata con una imagen de lo que siempre somos, que nos impide cambiar. El coche huele a nuevo. Lo pararía y me negaría a seguir en su vientre ni un minuto más. No quiero que digiera mis aventuras con un punto y final. Me niego.

18/1/08


Miénteme, cansinamente,
hasta que me duerma
susurrándome que todo saldrá bien,
que tú me salvas.
Miénteme, con voz bajita,
tierna, dime que harás
apuestas a mi caballo perdedor
y no te importa.
Miénteme, a quemarropa,
sobre el colchón de retahíla:
"tranquila, tranquila,
duérmete, niña"

16/1/08




-Adelante, cariño-, la sorprendió la sueve voz de su anfitriona-. No tienes nada que temer.

El cenador estaba iluminado ténuemente por dos faroles y unas velas bajas ordenadas decorativamente en el centro de la mesa vestida de blanco. Él ya se encontraba allí, llevaba una americana negra sobre una camisa de un tono rojo oscuro. La miraba de aquella forma a la vez sutil y descarada que la hacía sentirse incómoda en su presencia, como si intentase observarla y no pudiese disimular que lo hacía.
-Víctor-, saludó ella primero, anclada en su vestido de rebajas.
Él simplemente alzó su copa y le sonrió enigmáticamente.
-Siéntate, querida-, le aconsejó su anfitriona-. Pronto servirán la cena y tenemos mucho de lo que hablar.
Obedeció tórpemente y se acomodó en una silla de corte barroco que habría desentonado en cualquier otro cenador, pero que allí parecía ocupar el sitio justo. Recordó que había sido invitada para hablar de sus cuadros y se maldijo mentalmente por no haber llevado el dosier actualizado con sus diseños. Sentía que Victor la seguía mirando por encima de su copa y se removió incómoda en el asiento. Los tacones no le daban ninguna seguridad ahora que se encontraba sentada. El silencio comenzaba a hacerse incómodo cuando una señora mayor vestida de azul interrumpió la escena cargando con un plato cargado de comida. Después de titubear, la mujer dejó el plato en la mesa y se retiró.
-Voy a comentarle unas cosas sobre el postre a María-, comentó por fin la anfitriona al tiempo que se levantaba y salía de la habitación siguiendo a la criada.
Su corazón comenzó a latir enloquecido y una sonrisa pícara apareció en el rostro de Víctor que dejó la copa en la mesa.
-Puedes empezar a comer-, le sugirió acercándole el plato.
-Prefiero esperar a que todos estemos servidos-.Murmuró mirando el vino rojo y transparente en la copa amplia.
-No te preocupes-, sonrió Víctor mientras agarraba un tenedor y pinchaba un poco de carne del plato-. Sofie regresará pronto y yo voy a reservarme para el postre-. Susurró acercándose a su oído.


13/1/08




¿Por qué le temblaban las rodillas? ¿Por qué sentía que el corazón estaba a punto de escapársele del pecho como una mariposa traicionera? "Cálmate", se ordenó a sí misma apretando los puños. Suspiró profundamente y descubrió que había estado conteniendo la respiración. Él la miró con aquella sonrisa pícara que comenzaba a sacarla de quicio.
-No puedes hacerme esto-. Murmuró entre dientes y él comenzó a reír a carcajadas por encima del café.
-¿Hacerte qué?-Repitió él a la vez que alargaba una mano por encima de la mesa y le rozaba levemente la barbilla.
Ella se mordió el labio vencida.
-Esto-.Susurró antes de dejarse caer hacia atrás en la silla con la cabeza dándole vueltas.

10/1/08


Después de hablar con la editora por la mañana, intenté localizar quinientas veces a Marta para que se pusiese a trabajar en la portada de mi novela. Tenía el teléfono apagado. A las ocho por fin me llamó y le di la noticia: podría hacer la portada del libro, pero tenía que presentar el boceto hoy en la editorial.
A las una de la madrugada yo me rendí y la dejé a ella con el papelazo de acabar el boceto, porque yo no daba para más. Esta mañana lo encontré en mi correo y me encantó. Casi no puedo creer que de verdad vaya a estar en las tiendas con mi nombre encima.
A las once llegamos a la editorial. Creo que no estaba nerviosa del inmenso ataque de nervios que tenía. Todos fueron muy amables conmigo. Me enseñaron todas las oficinas de la editorial e incluso me llevaron a ver las grandes máquinas madres de futuros libros en una nave inmensa. Yo pensaba: "si pudiese sólo trabajar poniendo aceite a esta máquina sería inmensamente feliz".
Después estuvimos hablando del formato de mi libro, de las modificaciones narrativas que había que hacerle y de la pendiente evaluación que el crítico de estilo hará. Entonces sacaron el contrato tres veces mal de la impresora y a la cuarta lo firmé sin saber poder aguantar reírme. Me parece todo tan surrealista...
Ahora estoy en casa, con un dolor de cabeza de caballo e intentando imaginar qué sentiré cuando vea en la primera librería, dentro de un mes, mi novela a la venta.

9/1/08


Llevaba el vestido que había comprado para ir a la fiesta de graduación. Usarlo era para ella algo así como ponerse el disfraz del niño eterno, la hacía parecer la misma de siempre. Pero a la vez la alejaba tanto de sí misma que sentía un vértigo aterrador y extraño. Pero no importaba, en realidad le encantaba aquel vestido, aunque ya no estuviese a la moda, aunque aquellos no fuesen los colores de esa temporada, para ella era la prenda más especial de su armario.
Miró el reloj por encima del libro y suspiró apocada. Ya llegaba veinte minutos tarde. Quizá se habría echado atrás. Volvió sus ojos a la página que la tenía ocupada e intentó concentrarse de nuevo. La gente que pasaba a su alrededor a penas reparaba en ella. Desde donde se encontraba podía observar un escaparate de prisa y maletín.
A las seis se cansó de intentar concentrarse en la novela y guardó el libro en su bolso. Subió los pies al banco y, teniendo cuidado de no mostrar nada que no debiera, se abrazó a sus rodillas pensativa. Seguro que se había echado para atrás, ella había sido muy clara. Ningún compromiso. Sólo tomar café. Sólo conocerse un poco más. Sólo observar el olor del otro mezclado con todos los demás. Sólo reparar en el gesto curioso al hablar, en el tic nervioso de la rodilla. Ningún compromiso. Se lo había prometido.
Su móvil comenzó a vibrar en el bolso y corrió a buscarlo entre las mil tonterías que llevaba siempre consigo. Al final la llamada se cortó antes de que consiguiese alcanzarlo. Buscó en la lista de llamadas perdidas y contempló su nombre. Sonrió sin darse cuenta y el estómago le dio un vuelco. Levantó la cabeza y miró al rededor, buscándolo. Él estaba ahí, apoyado en la parada de autobús, observándola a través del tránsito, de la gente. Movió la cabeza para apartarse el pelo de la cara y abrió los brazos de manera teatral como presentándose después de un número de magia. Sonreía.
Sin darse cuenta ella se preguntó cuánto tiempo llevaba él allí, mirándola.

8/1/08


Los reyes trajeron algo que no esperaba.



De nuevo estaban metidos en el coche haciendo el mismo camino de todos los sábados. Ella casi no podía hablar del sueño que arrastraba e intentaba no quedarse dormida porque le parecía muy egoísta. Él tarareaba las canciones que sonaban en la radio y la miraba de vez en cuando con una sonrisa. Ya habían tomado el desvío correcto y avanzaban despacio por una carretera estrecha y congestionada.

Ella memorizó de nuevo cada curva porque sabía que tendría que conducir por aquel mismo camino de vuelta. Cuando estaban a punto de llegar a una de las curvas más cerradas que lidiaba con una pared, él bajó la música y alzó la voz:

-Ahora fíjate en lo que está escrito en la pared.

Ella levantó los ojos con pereza y observó en letras rojas: "Por una Andalucía libre...", pero no entendió nada. Entonces leyó más abajo, en letras negras y concretas: "Buenos días, princesa. Te quiero, Silvia". Los ojos se le llenaron de lágrimas de envidia.

-Cuando lo vi me acordé de ti-. Dijo él sonriendo-. Me habría encantado ser yo el que lo escribiese en el camino que haces todos los días.

Ella se mordió la lengua como método de contención y suspiró recordando una canción que de pronto se convertía extrañamente en realidad: "para hacerme feliz hay que estar muy loco por mí".

Después estuvo escribiendo en una cafetería durante toda la mañana, sintiéndose ridiculamente contenta.

4/1/08


Queridos Reyes Magos:


Este año casi que podría decir que tengo todo lo que deseo. O por lo menos que se ha cumplido un sueño del tamaño de un elefante, aunque luego las cosas no vayan tan bien como imagino. Me recuerdo a mí misma que si empecé a escribir fue sólo para conquistar a Marina y para tener algo que regalar en estas fechas. Es una ironía, supongo. Así que casi no tengo sueños que pedir.


Sabréis, por la carta que he pegado en el frigorífico, que deseo algunas cosas poco prácticas y muy caprichosas, además de algunos libros. Sabéis también que si sólo me traéis libros seré inmensamente feliz. Como me veis por un agujerito tenéis plena conciencia del estrés que me entra cuando me encuentro en una librería, se me acelera el corazón y me dan ganas de llorar por no poderlos llevar todos a casa. Ya notáis como me regañan los demás cuando me pongo de rodillas o me siento frente a las estanterías devorando títulos, comiendo versos y rogando en silencio.


De todos modos, sí que hay cosas, pequeñas, de esas que os deben resultar más bien fáciles, que podéis hacer por mí. Por ejemplo, podría pedir que mi madre sonriese un poco más, porque últimamente parece triste y no le hace justicia ese sentimiento a la mujer más dulce del mundo. Pediría también que mi padre recibiese una sorpresa, una sorpresa agradable, tengo la sensación de que hace tiempo que no se deja sorprender y me aterra que esto lo aleje de su alma de niño. Pediría, ya puestos, una dosis de paciencia con los otros para mi hermano Javier, y si no es demasiado, pediría un poquito de dulce estabilidad en su vida, aunque él crea que no la necesita.


Desearía muchas cosas para otros, podría no terminar jamás, sabéis que tengo capacidad de pedir sin aburrirme. Pediría que el corazón de Marina no se hiciese de murallas y cristal, que Lucía siguiese pidiéndome cuentos toda la vida, que Manuel siguiese reconociéndome en mi olor y me amase siempre como ahora, poder abrazar siempre a Carmen aunque se haga mayor y se quejé de mis caricias. Pediría amor, amor incondicional y sencillo, menos miedo a la humildad, para todos los que cenamos juntos en noche buena.


Para él, queridos Reyes Magos, pediría un momento de lucidez en el que me dijese lo mucho que significan para él mis palabras más torpes. Pediría que descubriese de pronto que me quiere como soy, que nada más necesita. Sé que es demasiado así que me conformo con lo primero, con lo demás puedo seguir luchando.


Para Marta quiero constancia, para Louis esperanza y fuerza, para Ana oídos sordos a las quejas de su casa, para Gastón grandes amigos donde se encuentre. Para aquellos que creen que ya no los pienso quiero la certeza de que los sigo amando a todos, de mi manera limitada y torpe, de mi manera egoísta y fugaz. Nunca fui lo suficientemente práctica para mantener una amistad necesitada de atención continua, mi manera de soñar e imaginar marcan un ritmo extraño que me hace protagonista de una vida solitaria y poco necesitada de refrescar caricias. Queridos Reyes Magos que a los que hice daño sin querer les llegue la noticia en sueños de que lo siento muchísimo, de que soy simplemente imperfecta. Bendita dulzura.


Para los que me he encontrado este año en el camino -de las palabras- sólo pido que sigan encontrando entre las letras difusas del tiempo y del espacio, las señales necesarias, las caricias soñadas, las palabras de consuelo, los nudos de llanto... que nunca dejen de conmoverse por los verbos. Me hace tanto bien saber que comparto esto con ellos... (¿No veis que soy egoísta? Quizá al final me merezca carbón, no lo estoy arreglando).


Por fin, queridísimos monarcas de ninguna parte, bellos astrónomos de rostro en sombras, pido para mí poder querer sin darme cuenta.

3/1/08


El sonido de los tacones reverberaba en la calle vacía sobre las losas de piedra, contra las paredes de seto y las farolas altas. Primero un pie, luego el otro. Y así continuamente en una sucesión que acabó frente a la puerta blanca del número 23. El llamador era de metal dorado y a ambos lados de la puerta dos cristaleras dejaban entrever la luz amarilla de una lámpara decorativa. Dudó si llamar con los nudillos o no. Al final la puerta se abrió antes de que ella se decidiese.


Su vestido negro de rebajas parecía un trapo encontrado en la basura al lado de la casual camisa de seda de su anfitriona. Marie la recibía ya con una copa en la mano y la animaba a entrar desde su palidez azul en contraluz. Ella aceptó el ofrecimiento titubeante y sujetó el frío cristal con dedos torpes. El vino giraba helado en la copa.


Los tacones volvieron a acompasarse, esta vez en un doble ritmo, por los corredores con suelo de madera. Las paredes blancas, casi desnudas, descubrían a veces un cuadro hermoso y enorme que parecía haber sido pensado justo para el lugar que ocupaba. Atravesaron el salón poco iluminado, cruzaron la cocina y llegaron por fin al cenador con vistas al jardín. No sabía qué decir, si abrir la boca.


-Adelante, cariño-, la sorprendió la suave voz de su anfitriona-. No tienes nada que temer.

2/1/08



¿Lo recuerdas? Entonces fue cuando me dijiste aquello que me hizo tanto enrojecer y te di una patada por debajo de la mesa. Sí... No te creas, volvería a hacerlo... Segurísima... (Risas) (Silencio) ¿Eres feliz?... ¿Yo? He preguntado primero... (Silencio) Nada, mis padres bien, ya sabes... (Silencio) Bueno, quizá nos veamos este año... Sí... quizá... (Silencio) Te extraño... (No eso no lo dije) Un beso... adios...(Colgamos)





¿Y cómo empezó todo? ¿Qué dijo él después de "feliz año nuevo"? ¿Hablaba por el teléfono móvil o por el teléfono fijo? ¿Estaban los dos fuera de un bar atestado de gente con la cabeza embotada de la resaca o miraban la pantalla del ordenador mientras cenaban un sándwich sin saber que compartían ese momento? ¿Quién se rindió primero?