30/5/08




Últimamente me apetece hablar de mí, pido disculpas.

Será que paso demasiado tiempo callada a lo largo del día y tengo más tiempo para escucharme. Estoy estudiando a los vanguardistas y a la generación del 27 para el examen de oposiciones que tengo el día 22 de julio. Me dan ganas de experimentar con las palabras y tengo que reprimirme, me dan ganas de perderme en Salinas y tengo que reprimirme, me dan tantas ganas de escribir que casi hago pucheros.

Estoy dejando salir a mi yo más infantil y, aunque eso signifique llorar por algunas tonterías, me divierto muchísimo. Me apetece pintar y bailar. Amo tanto que llueva... Llevamos como un mes de nublos y todos están cada vez más enfadado con el mundo, yo sonrío todas las mañanas al descubrir que sigue lloviendo. ¿No sentís a veces que la lluvia limpia todo? ¡¡Lluvia, purifícame!! (Me río sola en casa escuchándome decir tonterías).

¿Sabéis esas veces en que te sientes emocionado por una tontería y sonríes a la gente que te contempla sorprendida por la calle? Soy capaz de levantarme así y comerme la biblioteca a las ocho de la mañana. Luego se me van gastando las pilas y llego a casa frustrada y enfadada, tengo mil ideas latiendo dentro de mi cabeza. Ansío tanto julio para poder escribir...

Me paso el día coleccionando escenas e imaginando donde podría encuadrarlas. Hoy llevaba a mi padre a recoger un cuadro del que me enamoré en una exposición, el pintor es amigo suyo y accedió a vendérmelo (aunque ahora lo ha pagado la herencia de un viejo tío, que descanse en paz); lo importante es que diluviaba, diluviaba alegremente retando a los limpiaparabrisas de mi coche y de la catedral caían por los canalones cascadas inmensas derramándose sobre la parca decoración del edificio renacentista. ¡Era tan hermoso! Y me dije, tienes que hacer que Julia pasee por Toledo bajo un diluvio que amenace a las gárgolas góticas de la catedral. Fue el momento justo en que la responsabilidad me susurró: tendrás que esperar. El momento en que mi padre volvió al coche y hablamos de las maravillas del mundo y del podrido tráfico.

Esta tarde he intentado trabajar, pero cada vez me cuesta más. Será que se acerca el fin de semana y me apetece leer, tumbarme y comer.

29/5/08


He dejado una palabra escaparse, por entre mis dedos pequeños, dice tantos tesoros que no puedo callarla, ¿qué será ahora de mí? Hubo un tiempo en que me hacía trenzas con acentos, enseñé el cuello ronroneando. La palabra silabea junto a la pantalla, ordena, marimandona, que libere a todas las demás. Voy a poner patas arriba el mundo cuando tenga permiso para ser egoísta.
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(He empezado hoy a colgar una historia por fascículos -tengo alma de folletín- en mi fotolog, si soy capaz de llevarla a alguna parte, la traeré por aquí)

28/5/08


Había palabras, y ella lo sabía, que era mejor no decir en voz alta. Palabras relacionadas con sueños llenos de cuadros y corredores enormes. Palabras de las que desnudaban a aquellos que la visitaban de noche para robarle el amor. Palabras de los desconocidos que la aterraban de miedo cuando se miraba al espejo del cuarto de baño en la penumbra de la madrugada. Palabras que era mejor escribir sin pensar mucho, escribir para poder olvidar, como todo lo que es tinta. Una vez se despertó sudando sin saber donde estaba, el corazón quería volar como un gorrión acongojado, se susurró a sí misma calama y tranquila, estás en casa, no ocurre nada. El pasillo interminable le preguntó que había pasado cuando escapó a por agua. Ella escribió en el frigorífico: se ha muerto. Por la mañana ya no lo recordaba, sólo un peso en el pecho parecía anclarla más y más a la tierra. Pero había palabras, ella lo sabía, que era mejor no decir en voz alta.

26/5/08


La primera parte del sueño la recuerdo borrosa porque me desperté y después volví a dormirme. Al principio iba a casarme, sí, era el día de mi boda. Llevaba un vestido como de princesa, era bonito y también vaporoso. En la boda pasó algo que me hizo escapar: le preguntaron a él si me cuidaría para siempre, y él respondió que no sabía si sería capaz de hacerlo. Entonces yo salí corriendo de la iglesia sintiéndome traicionada, no sé si lloraba o simplemente el sentimiento de rabia hacía que las lágrimas no saliesen de mis ojos. Yo volvía a tener el pelo largo y bonito. Vi un tren y corrí para montarme en él. El vagón estaba lleno de gente, recuerdo un anciano, una familia, un muchacho y mi inexistente amor perfecto. Me miró compadeciéndose de mí y me preguntó en voz bajita cediéndome un sitio a su lado: “¿Qué te pasó?”.“No me quería lo suficiente”, le respondí. Me dijo algo sobre lo guapa que estaba que me hizo sonreír. Yo apoyé la cabeza en su hombro y me sentí reconfortada.

Después estaba soñando algo absurdo. Una amiga y yo, o en realidad era yo misma en dos personas, cosa que no es raro que me pase en los sueños, estábamos jugando en la puerta de un bar con los vasos que se habían quedado fuera. De algún modo estábamos preocupadas porque en mi pecho fluía la sensación de persecución, de tener que esconderme un poco. De hecho intentábamos crear un ejército de cristal que nos protegiese porque parecía que podríamos hacer magia. Pero en ese momento un hombre alto y calvo, como un gorila fornido y malhumorado, terriblemente amenazante, derribó de una patada todo lo que estábamos haciendo. Nos sentimos aterradas, al parecer nos habían encontrado por fin o esa actuación haría que nos encontrasen. Pero ya no éramos dos, ya era sólo yo. Cuando más amenazada me sentía, apareció de nuevo él, mi inexistente amor perfecto, alto, moreno, con el pelo relativamente largo cayéndole sobre las orejas, los ojos oscuros, los hombros anchos, el pecho erguido, en su rostro había una mezcla de total seguridad y de enfado. El gorila intentó golpearlo en el pecho, pero se hizo daño en la mano al hacerlo y se quedó quejándose de vuelta al bar. Él me tomó de la mano y me llevó hasta la carretera. “Ven conmigo a casa”, me dijo, y yo me hundí en su abrazo, dejándome embargar por su olor perfecto, repleto de seguridad y promesas cumplidas. Él me señaló con la cabeza un coche de caballos dorado y hermoso que yo al parecer ya conocía. “Vámonos a casa”, me rogó de nuevo, “déjame cuidar de ti”. Yo me sentí obligada a separarme un poco de él. “¿Todavía no puedes venir?”, me preguntó leyendo en mi rostro la indecisión. Por un lado quería disfrutar de esa seguridad para siempre, quería disfrutar de su presencia tranquilizadora, de su amor universal que me hacía sentir la persona más valiosa del mundo; pero por otro lado tenía que demostrarme algo a mí misma, no sé el qué, pero tenía que quedarme y seguir sufriendo el mundo un poco más. “Aún no puedo”, susurré y lo miré a sus ojos negros y hermosos. Me volvió a recoger entre sus brazos y me apretó con fuerza, pero sin llegar siquiera a hacerme daño. Me besó en la frente lentamente, yo cerré los ojos para disfrutar al pleno aquella emoción. Cuando los abrí me encontraba de nuevo sola en la calle, no había carruaje, no había nadie. Pero sabía, con una claridad que no sabía si me molestaba o no, que en el momento en que lo necesitase, en el momento en que de alguna manera me sintiese amenazada por el mundo, él volvería a estar ahí, librándome de todo, invitándome a volver a casa, a volver con él.

Me he despertado embargada de esta total seguridad, casi no he podido reaccionar para nada más que para regodearme en esta sensación de estar protegida, de ser amada de una manera tan desinteresada.




Siempre que sueño con él se me desarma el mundo y se me despierta la sed.

24/5/08




El patio de butacas comenzaba a llenarse y por debajo del telón se veía la luz de la sala, como promesa de futuro. El corazón estaba a punto de estallarle, como tantas otras veces, como si fuese la primera vez en una mezcla de emoción y pánico. Todos los actores vestidos ya, yendo y viniendo por el escenario con gestos nerviosos, sumándose a cualquier conversación en voz baita. Ella estaba ya sentada en su silla, con las piernas dobladas hacia la izquierda, mirando a todos en silencio. El vestido medieval la hacía sentirse pequeña, de cinco años, jugando con una toalla a andar como las reinas al borde de cualquier piscina. Estaba a punto de levantarse para matar los nervios andando un rato cuando la voz metálica anunció después de una música extraña que quedaban tres minutos para que comenzase la representación. Respiró nerviosa y miró a uno de sus compañeros, de pie, vestido de caballero, a su lado. Sonrió nerviosamente y él desenfundó la espada:
-Creo que no puedo esperar más -dijo usando su espada como bastón para arrodillarse a su lado. Ella lo miró desconcertada, estaba a punto de comenzar la función-. Sé que hay muchos inconvenientes, y entre ellos está que tienes novio... pero quiero decirte que me gustas.
Intentó encajar las palabras en su esquema de nervios y tensión, pero sólo respondió con un "Oh, Dios" menudo antes de que dos compañeros más se arrodillasen creyendo que jugaban a algo.

19/5/08


Castañean las teclas, enigmáticas,
en el silencio de la biblioteca,
¿qué contarán? ¿qué ocultarán
las palabras de siempre
en todos esos dedos
y esas manos y esas bocas?
Boquea un pez desde las esquinas,
debe ser hora de comer.

15/5/08



Cuando era pequeña, a mi madre se le quemó una vez el cocido, desde entonces siempre espero que se le vuelva a achicharrar para tener que comer huevos fritos con patatas en último momento.

También recuerdo que, leyendo una aventura de los cinco, me estremecí en la cama a la luz de la lamparilla, muerta de miedo; creo que fue la primera vez que dejé que una historia me arrastrara por completo adentro.

Solía jugar en el jardín, con el cassette de Grease sonando a todo volumen, a que interpretaba a una actriz de película, daba vueltas y sonreía o me ponía seria si era preciso.

Cuando cumplí cinco años mi abuela me hizo un vestido blanco maravilloso, el jardín ni siquiera tenía plantas, sólo piedras. Ya había amigos en casa cuando yo subí a ponerme el magnífico vestido en el cuarto de baño de arriba, los miraba desde la ventana; al bajar me sentía magnífica y recuerdo globos rojos.

Llevé a mi madre, cuando aprendí algunos números y algunas letras, una serie indefinida de signos escritos en la pasta de un libro de cuentos; "¿qué pone aquí?" inquirí emocionada pensando que habría escrito algo magnífico, "cariño, sólo son números y letras, no pone nada".

Tuve un diario de pastas verdes, como de mayor, y hojas con el borde dorado, ahí escribí mi primera historia para Marina; me sentaba a escondidas en el jardín, con la espalda pegada a la pared blanca, e imaginaba más rápido que escribía.

El gato se tumbaba al sol, largo, blanco y amarillo, sólo me dejaba a mí acariciarlo y eso me hacía sentir especial, era bonito.

Hacíamos barbacoas cuando se acercaba el verano, aunque al día siguiente hubiese colegio, y mi madre cada vez estaba más contenta porque pronto pasaríamos todo el día con ella; nos poníamos el pijama de pantalón corto y salíamos a cenar al aire libre escuchando a los primeros bichitos.

Desde mi ventana, cuatro casas más allá, veía la ventana de mi vecina Sara, una noche estuvimos bailando y haciéndonos signos con linternas hasta la madrugada, nos sentíamos totalmente dueñas de la noche.

Recuerdo que, para pintar, tuvimos que quitar todas las cosas de mi cuarto, se quedó desnudo, únicamente con los muebles, por los que me decidí a trepar: me tumbé encima de la cómoda, anduve sobre el escritorio oteando la cima del armario... Debería haberse quedado así para siempre.

Una vez colgué un mapa mundi detrás de la puerta, qué feo quedaba.

De pequeña ya iba al baño por las noches, por lo menos una vez, al contarlo en clase la profesora se creyó que era otra de mis historias de fantasía y me llamó mentirosa, sentí tanta rabia que casi me levanto y me voy.

Cada vez que venía alguien a casa le enseñaba mis cuadernos de dibujo o mis cuadros, me sentía muy orgullosa.

Mi madre tenía que chantajearme para cortarme el pelo y siempre discutíamos cuando me peinaba, todavía no sé hacerme una coleta decente.

Dentro de mi armario cabía yo, para esconderme.

La primera vez que entró el escritorio en mi cuarto me sentí como Wendy cuando le dijeron que se estaba haciendo una mujer; no sabía con qué llenar los cajones, pero me encantó la estantería que traía consigo y la decoré con mis libros preferidos.

Siempre he dormido con un oso de peluche pequeño y rosa, cuando yo era pequeña parecía más grande. Imaginaba que, por las noches, estábamos conectados por cables invisibles que hacían que nuestros sueños se compartiesen; a veces yo fantaseaba con chicos y me daba un poco de pudor que el osito se enterase de esas cosas, así que le pedía disculpas y desconectaba los cables, por si acaso.

Cuando tenía pesadillas insistía en que mi madre se viniese a la cama conmigo, hasta que aprendí a imaginar mi cabeza como un televisor, entonces si tenía pesadillas, simplemente cambiaba de canal al de los dibujitos; recuerdo que una vez Asterix y Obelix lucharon como valientes, ganando un jabalí, contra un terrible mal sueño.

Creía que debajo de mi cama había un monstruo terrible o algo parecido, a veces todavía lo creo; mi padre subió convenciéndome por la escalera de que en casa sólo estábamos mamá, Javi, él y yo; entró en mi cuarto y yo me quedé fuera esperando atemorizada, él se inclinó junto a la cama y, después de sonreírme ampliamente, fingió que un monstruo terrible lo arrastraba debajo de la colcha; estuve hasta los quince años dejando las zapatillas de andar por casa en mitad de la habitación, cogiendo carrerilla y saltando sobre la cama.

Cuando me enfadaba, me sentaba en una silla apartada del salón muy enfurruñada, para que todo el mundo fuese consciente de lo mal que me sentía.

Cantaba canciones de amor que yo misma me inventaba.

Pegaba mocos en el suelo del coche y me comía las uñas.

Nadar me hacía sentirme libre.

Hablaba con el viento y, cada vez que me esparcía el pelo, era como millones de caricias, me sentía llena de un amor universal.

Tenía amigos invisibles, en realidad tenía una civilización invisible que vivía en la maceta de mi cuarto de baño, cuando iba a hacer pipi o caca, convocaba reuniones con el alcalde, asistía a alguna representación de teatro, o simplemente charlaba con algunos de ellos; si tenía que salir de viaje a algún sitio, esperaba pacientemente a que todos se subiesen a mis zapatos y al llegar, por ejemplo a casa de mi abuela, corría al cuarto de baño para que se bajasen todos (en casa de mi abuela vivían en la jabonera y desfilaban por el lavabo en concursos de belleza).

Quería ser bailarina y me subía los leotardos hasta las axilas, daba saltitos por toda la casa y ponía posturas; mi padre me hacía portés y nos moríamos de risa.

Mi abuelo me escribía cuentos, me regañaba si borraba mal y me enseñaba esperanto; cuando mi hermano y yo tuvimos varicela, lloramos hasta que vino desde Andújar a casa para cuidarnos.
Conseguir que mi abuela nos dejase rechupetear la cuchara con la que había estado trabajando la nata era el mejor premio del mundo.








Podría seguir, ¡pero no quiero ser demasiado pesada!

14/5/08


Hay flores en las carreteras
y no ha empezado a llover.
Una tristeza de barco
se extiende desde mis labios
a mis uñas mal comidas.
No sé en qué convertir
este vacío en el estómago.


13/5/08


Me miró
con sus ojos azules como el fuego,
profundos como ascuas,
y olvidé lo que quería decir.

9/5/08


Cucurucho
pedorreta
malabarismos
crucial
mercromina
chominada
cristalizar
aventurarse
memorizar
jaén
coco
idiotez
sensualidad
líneal
cristología
amateur
halo
pizquilla
mediocridad
gilipollez
absurdo
pequeño
luna
tópico
sencillo
marino
ambarino
preliminares
prórroga
gol de oro
mazazo
crisantemo
besar
oruga
insignificante
murmurar
despertar
ojo
cruz
sol
a



podría seguir hasta el infinito, hoy me falta el orden de las palabras, pero tengo llena la cabeza de palabras sin más

8/5/08


Crucial
aunque me dijeran que no
que no era posible
aunque me miraras así
y yo quisiera crear palabras
aunque anduviese escondida
para robarte pestañas
con las que cumplir deseos
crucial
como tu piel y tu boca
te deseé
aunque me lo prohibieran

6/5/08


A veces cierra los ojos sin ningún motivo
creo que entonces visita otros sitios que no puedo alcanzar
porque cuando vuelve sonríe
y es distinta.
Me gusta cuando respira
intentando seguir mi ritmo
y boquea vencida llenando los pulmones
porque no tiene paciencia.
Cuando habla en sueños
pensando que no la entiendo
y recojo sus ilusiones
sus temores más profundos
y los convierto en besos
Hay días en los que frunce el ceño
sin motivo aparente
se enfurruña y dice tacos entre dientes
no quiere hablar
no quiere que nadie la toque
se hace de hielo y cristal
muy enfadada
yo me quedo en silencio
a distancia
pretendiendo que no me importa para que no le importe
su belleza es inusual cuando se le llenan los ojos de lagrimas.
A veces se hace un ovillo
de pena y sombras
esperando que la abrace y la ilumine
como si de verdad yo fuese algo irrepetible
en su mundo caleidoscópico
Su monotonía es fascinante





(otra de las cartas que nunca me escribes)

4/5/08


Todos estaban charlando alegremente junto a la hoguera. Algunos reían en grupos con los vasos en la mano. En el sofá que habían preparado para el campo se contaba una anécdota curiosa, pero ella no estaba allí, era la única que después del primer destello había seguido contemplando, con la cabeza volcada hacia lo alto, los fuegos artificiales en la negrura de la noche. En sus ojos había chispas de colores.