18/4/08


Vuelta a lo sencillo




Pensamientos clandestinos
como arañas del podrías
huyendo del deberías
vestidas de sábado

11/4/08


Salía de la academia a las ocho de la tarde, el cielo estaba completamente gris y la lluvia desdibujaba los contornos de las cosas. Como siempre, no tenía paraguas, pero tampoco me importaba. Intenté abrazar las libretas contra mí para que el papel no se mojase y sonreí ampliamente al escuchar que todavía, a pesar del diluvio, quedaban niños valientes jugando en la calle. Amo la lluvia.

De proto, al clavar mi mirada en el suelo que tenía por delante, admiré asombrada la carrera de una pequeñita rana verde que escapaba de mis pasos. Saltaba alegre bajo la lluvia y pensé si habría venido con ella, si se habría escapado de alguna casa o si simplemente era un milagro sorprendente. Se veía tan brillante bajo tras la cortina de agua, con su piel retando al gris, que tenía en mi boca el grito para avisar a los niños porque estaba dispuesta a vivir con ellos la aventura de seguirla en su camino para ver dónde acababa.

En ese momento la verdad se vanaglorió conmigo. En uno de los saltos, de los giros, de la rana, descubrí que era una hoja de árbol jugando a los disfraces. Me mordí la lengua y no llamé a los niños. Aquello había sido sólo para mí. Un milagro de la lluvia que me besaba en los ojos.

4/4/08


A mi madre le encanta jugar con Lucía, mi prima soñadora de cuatro años, porque siempre aprende cosas de ella o descubre por donde anda su imaginación insaciable. Este sábado coincidieron en Zocueca en el campo de mi abuelo, mis tíos se decidieron a última hora, montaron a Lucía y a los mellizos en el coche y no lo pensaron más.
Después de comer, para que todos durmiesen un poquito tranquilos, mi madre salió con Lucía y la pequeña Carmen, de un añito, al porche de la casa para jugar con todos aquellos juguetes con los que Lucía se había reencontrado después de tanto tiempo. Mi madre se sentó en la mecedora con Carmen en los brazos y dijo feliz:
- ¡Oh, qué contenta estoy sentada en la mecedora de mi abuelita!
Lucía enseguida se sintió interesada.
- ¿Tu tienes abuelita?
- Sí.
- ¿Y dónde está tu abuelita?
- Está en el cielo- respondió mi madre risueña.
Lucía miró para lo alto y atacó con esa pregunta que puede llegar a desesperar:
- ¿Por qué?
Pero mi madre tiene mucha más paciencia que yo y caramelosa le explicó:
- Porque se le fue poniendo poco a poco toooodo el pelo blanco y se murió y se fue al cielo.

Después de esto continuaron jugando las dos a las casitas. Cuando mi madre se dio cuenta de que el tono de voces de Lucía subía, decidió que sería mejor que se fueran junto a una encina cercana, enorme, con bancos al rededor y un murete de piedrecitas. Lucía decidió cambiar de juego y comenzaron a jugar a las peluquerías. A ella no le hacen falta peines ni secadores, porque puede jugar con la mímica con total naturalidad. Así que se subió al banco y se puso a peinar a mi madre. De pronto paró y lanzó un grito:
- ¡Tata, tata!- rogó muy asustada- ¡Se te están poniendo todos los pelos blancos!
Mi madre comenzó a lanzar carcajadas y Lucía, temblorosa, se abrazó a su cuello.