se ha caído la luz y un
barco
emerge de mi pecho
portando una verdad:
vivir es esto.
31/1/19
16/1/19
-No pienses más en ellos.
-Los recuerdo.
-No sabes cómo fueron, ya no son.
-Me tienen en sus ojos.
-Ya no miran.
-Los siento entre mis manos.
-Están muertos.
-Podré resucitar...
-No es eso.
-Aléjalos, son fríos.
-No están, toma mis ojos.
-Los míos imaginan.
-Los tuyos ya no saben del invierno.
-Hace frío.
-Es el mundo, no tú.
-Es fuera...
-¿Qué ves?
-No hay nadie.
-Lo he dicho.
-No nieva.
-Es bruma de otro tiempo.
-Sostengo el ahora.
-Sostenlo.
-Los recuerdo.
-No sabes cómo fueron, ya no son.
-Me tienen en sus ojos.
-Ya no miran.
-Los siento entre mis manos.
-Están muertos.
-Podré resucitar...
-No es eso.
-Aléjalos, son fríos.
-No están, toma mis ojos.
-Los míos imaginan.
-Los tuyos ya no saben del invierno.
-Hace frío.
-Es el mundo, no tú.
-Es fuera...
-¿Qué ves?
-No hay nadie.
-Lo he dicho.
-No nieva.
-Es bruma de otro tiempo.
-Sostengo el ahora.
-Sostenlo.
11/1/19
te has ido y en las sombras
que deja la tarde por la casa
repartidas tras las estanterías
o pendiendo de las lámparas,
rugen viejos fantasmas olvidados.
no sabía que seguían aquí
y tienen un ritmo como de garra
que va alargándose por las paredes
mordiendo cada rastro de luz
que se le escapa a enero.
cuentan historias de demonios
y de víctimas que se me parecían
entonces, cuando no habías hecho
bastión en nuestra casa
trayendo un sol entre las manos.
qué raro, me digo, moviendo el té,
mirando mi rostro en los espejos,
sintiéndome más vieja que el recuerdo
pero no mucho más sabia,
ya no pueden tocarme estas sombras,
el nombre que me dan
no me corresponde y sus dedos
delgados y amarillos resultan literarios,
de otro mundo al que nunca he vuelto
y en el que, seguro, mi jardín
se ha convertido en una selva
virgen de nuevo, herida y libre.
que deja la tarde por la casa
repartidas tras las estanterías
o pendiendo de las lámparas,
rugen viejos fantasmas olvidados.
no sabía que seguían aquí
y tienen un ritmo como de garra
que va alargándose por las paredes
mordiendo cada rastro de luz
que se le escapa a enero.
cuentan historias de demonios
y de víctimas que se me parecían
entonces, cuando no habías hecho
bastión en nuestra casa
trayendo un sol entre las manos.
qué raro, me digo, moviendo el té,
mirando mi rostro en los espejos,
sintiéndome más vieja que el recuerdo
pero no mucho más sabia,
ya no pueden tocarme estas sombras,
el nombre que me dan
no me corresponde y sus dedos
delgados y amarillos resultan literarios,
de otro mundo al que nunca he vuelto
y en el que, seguro, mi jardín
se ha convertido en una selva
virgen de nuevo, herida y libre.
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