31/3/08


Subí al cercanías y busqué un asiento en el concurrido vagón. Lo prefería mirando hacia el mar, que se asomaba a veces durante el trayecto, pero no iba a ponerme delicada. Me senté por fin y respiré feliz pensando en los planes que me esperaban aquella tarde. Abracé el bolso sobre mis rodillas y busqué La voz a ti debida de Salinas que estaba releyendo. Saqué también el lápiz para anotar todo lo que se me fuese ocurriendo, como suelo hacer cuando leo poesía. Reparé entonces en un muchacho sentado frente a mí, de vez en cuando levantaba la cabeza como pensando, tenía un cuaderno abierto y anotaba cosas. Siempre me ha llamado la atención lo que la gente hace en los trenes, y sentía la tentación de levantarme y disimular hasta poder leer lo que escribía.

Salinas estaba allí, llamándome como siempre, y en el momento en que comencé con el primer verso me olvidé del tren, del mar y del chico del cuaderno. Las palabras del poeta que escribió tanto para mí tienen ese efecto cautivador que me hace alejarme de todo.

Levanté la cabeza una parada antes de la mía y terminé de apuntar cuatro cosas junto a un verso, guardé el lápiz y el libro y me levanté en el vagón atestado. No me había dado cuenta de que se había llenado tanto. El muchacho seguía allí, aún escribiendo, reparé en que ahora parecía tener más prisa, quizá llegaba, como yo a su parada. El tren hizo un movimiento brusco antes de detenerse en mi andén. Escuché entre el bullicio el rasgado de una página, la marea me arrastró y yo la seguí.

Cuando estaba a punto de abandonar el vagón alguien me agarró la mano y tiró un poco de mí. Me sobresalté y volví la vista. El muchacho que había estado escribiendo sujetaba mi mano y sonreía, pero no pudo sostenerme demasiado. Noté que dejaba algo en la palma de mi mano y me soltaba. No supe reaccionar ni responder. Él me miraba a través del cristal y yo estaba clavada en el andén. El tren siguió su camino y se lo llevó.

Levanté mi mano como si no me perteneciese y la abrí. Allí había un papel mal doblado, una hoja de libreta. ¿Todavía se llevaba eso de dar el teléfono a los desconocidos? ¿Sería su dirección de email? Desdoblé la nota nerviosa, porque estas situaciones siempre me hacen sentir insegura, y descubrí un texto largo y un pequeño boceto. Mi corazón se paralizó momentáneamente. Aquella era yo, con mi gabardina, abrazada al bolso, leyendo en un rápido trazo a bolígrafo, se me veía feliz. Los ojos comenzaron a llenárseme de lágrimas y no me di cuenta. Leí: Tienes el pelo recogido en una coleta que deja tu cuello largo al descubierto, pero tú no te das cuenta de cómo tus rizos cortos se van escapando para retarse a rozarlo. Te comes las uñas, aunque luchas contra ello y tienes las manos pequeñas y delgadas, no demasiado bonitas, pegadas a un libro que devoras ajena a todo. A veces se te curva la boca en una sonrisa dulce y suspiras silenciosamente antes de anotar algo con fruición. Hay palabras con las que tropiezas constantemente, porque vuelves sobre ellas sedienta y tus ojos se llenan de lágrimas invisibles que no sabes controlar. Te ves preciosa luchando así con las palabras. El lunar de tu barbilla tiembla si subrayas algo emocionada y tus dedos largos pasan de página nerviosos, hambrientos, cuando calculo que has dejado un poema a medias. Ahora, has levantado los ojos, pero no me has visto. Has buscado el mar con la mirada, paladeando un sentimiento que se me escapa pero te hace parecer muy frágil. Has estado un momento así, en otra parte, mordiéndote el labio, con el libro desmayado en tus rodillas. Deshaciéndote de todo has vuelto a ti, desde esa otra tú, ya repuesta, sonriente, y has seguido. Y yo he seguido, espía de tus milagros, leyendo en ti.

El andén está vacío. Y el corazón me sabe a gorrión. Casi no puedo recordar su rostro, sólo su cuaderno. Tirito un poco. Y me despierto dolorida por dentro.

23/3/08


Hay silencio y palabras en mí.
No lo sé.
Sólo he vuelto a casa y pasaba por aquí.
Resucitada.
Hay algo nuevo y algo viejo en mí que se me parece.

7/3/08


Ítaca es una boca
cerrada de puerto
anclando barcos de recuerdo.
Ítaca son dos manos
tejiendo tiempos alumbrados,
poco a poco, descompuestos.
Ítaca son latidos
inconsistentes del mar
sobre mi pecho de ciervo
buscando flechas.
Ítaca está colmada de lamentos
de otros que llegaron
y añoran el son
de las aguas infinitas
alejadas de mis tientos,
de mis montañas de miel
y mi silencio.




(gracias por la inspiración Antonio A.)

6/3/08


Era la segunda mañana que pasábamos en el almacén, seleccionando entre la historia de tantos años de teatro lo que salvaríamos y lo que iría a parar al enorme montón de basura que Fran y yo habíamos ido creando sin compasión en el centro de la enorme habitación. Ramón había venido a ayudarnos esta mañana y, nada más llegar, se había lanzado hacia el horrible cúmulo de recuerdos condenados a muerte. Quería revisarlo todo de nuevo, salvar aquel casco, aquella capa, reciclar esa jaula, apadrinar el baúl cascado, vestirse con la ropa gastada. Enseguida le llamé la atención y lo insté a centrarse en el cometido que teníamos: decidir qué más íbamos a tirar.

Fran y yo no somos para nada compasivos. Abrimos una caja, miramos un poco dentro y sin cargo de conciencia la lanzamos a través de la habitación hasta el montón. Ramón abre las cajas, lo saca todo, se pone la mitad de las cosas que hay dentro y entre gritos recuerda tal o cual anécdota, viene corriendo hacia mí emocionado, me revuelve el pelo con las manos llenas de polvo y me invita a bailar. Yo pierdo pronto la paciencia y le grito cualquier orden para tenerlo entretenido, él me lo perdona, me quiere de una extraña manera que me hace sentir infinita ternura.

Al final de la mañana habíamos conseguido sacar de allí y llevar al nuevo almacén la escenografía y las herramientas que íbamos a guardar. La ropa que habíamos salvado estaba en bolsas esperando a que nos la llevásemos para lavarla. En la gran habitación sólo quedaba nuestro montón de basura y recuerdos. Ramón me pedía con voz aguda y saltitos jugar un poco con todos aquellos restos. Insistí terca, había cristales rotos y clavos, podría hacerse daño. Le brillaban los ojos.

Miré al suelo para resistirme y un dedal rosa de plástico vino rodando hasta chocar con mi zapato. No sabía de donde había salido, pero se me encogió el corazón. Me agaché corriendo y lo recogí con mi mano negra. Primero lo observé yo mientras Ramón aguardaba callado. Después lo sostuve en mi palma ante sus ojos:
-¡Peter, un beso!- Exclamé sorprendida y emocionada.
Ramón se deshizo en un profundo suspiro y me miró con los ojos cambiados de quien comprende. Fran preguntaba qué decíamos pero nosotros no podíamos escucharlo. Él insistía: "es un dedal". Pero Ramón y yo no dejábamos de mirarnos.
-Toma.-Le dije adelantando la mano hacia él.
-¿Para mí?-Se sorprendió dulce dando un paso atrás.
Yo avancé hacia él con el beso reluciente.
-Sí.-Le sonreí.
Él lo tomó de mi mano y lo miró acercándolo a sus ojos como si fuese el mayor de los tesoros.
-Oh, Wendy-. Creo que dijo-. Gracias, lo guardaré para siempre.- Y tras abrazarme a mí y revolverme el pelo, besó el beso y lo guardó en su bolsillo.
Fran volvió a preguntar. No supimos o no quisimos explicarle. Cargamos el carretón de basura y dimos el primer viaje hasta el contenedor antes de marcharnos a casa.

nada de lo que ves te pertenece. no podrás nunca alcanzar el ansia suficiente para tenerme.

5/3/08


Hacía diez años que nos conocíamos y hacía diez años que nos habíamos besado por primera vez. Había sido en una pequeña cafetería de París, él estaba sentado leyendo una novela junto a su café y yo escribía en mi libreta. Nada más verlo supe que era el hombre de mi vida, imaginé su nombre, soñé con sus costumbres, dibujé sus ilusiones y describí su rostro calmo durante la noche. Él reparó en mí al pasar por tercera vez de página y me sonrió por encima del libro. Yo sonreí también, enrojeciendo. No tardó en pedir permiso con un gesto para sentarse a mi lado. En aquel momento me había sentido la protagonista de una extraña película en blanco y negro. Recuerdo que reímos y hablamos de literatura, después paseamos por las calles mojadas por la lluvia y me llevó a un rincón que para él tenía un significado especial. Acabábamos de conocernos y me conducía a los sitios agarrando mi mano, reíamos y corríamos como si quisiésemos escapar de algo, del tiempo, de nosotros mismos, como si quisiésemos que aquello continuase para siempre. El beso vino por sí solo, bajo una farola parpadeante, con el cielo descargando de nuevo su lluvia sobre nosotros. Primero nos miramos y después nos acercamos lentamente, él me acarició la nuca y yo me puse de puntillas. Cerré los ojos con ternura. Cuando los abrí estaba de nuevo en la cafetería, él seguía leyendo concentrado. Al poco se levantó, pagó su café y se marchó. Yo seguí soñando con él. Sigo soñando con él. “Mi inexistente amor perfecto”.

3/3/08


-¿Vas a seguir mintiéndome siempre?
-Sólo mientras lo necesites.
-Te quiero.
-Yo también.


Y él la tomó en sus brazos, la besó en la frente mientras le susurraba canciones y le murmuraba caricias.