cuando me llamaba diamante yo juraba que tenía los ojos verdes para hacerlo reír. no conocía los límites de sus dominios. él no sabía nada de mis terraplenes, mis acantilados o pantanos. pero nombraba con acierto mis volcanes por orden alfabético. a él le tocaba decir la verdad, a mí se me permitía mentir a ciertas horas. acordamos ese pacto mientras recorría su ceja derecha con mis dedos y él medía el largo de mis piernas con sus manos.
1/7/12
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Bello
un texto ke termina en punto final pero que indudablemente nosotros los lectores le colocamos puntos suspensivos
=)
Publicar un comentario