
El ama de llaves me miró arqueando una ceja y me dio la espalda sin hacerme demasiado caso. Andaba a paso rápido y me costaba seguirla.
-La necesito ya -insistí tratando de colocarme delante de ella para interrumpir su caminata.
Las llaves resonaban en sus caderas contra las paredes vacías del corredor.
-Te he dicho que no te la puedo dar -respondió hosca evitándome.
-¡Por favor! ¡Entiéndame! Tengo que entrar ahora...
-Los jóvenes siempre con tanta prisa -refunfuña y no sé cómo no está jadeando como yo por la carrera-, ya tendrás tiempo de entrar ahí y ponerlo todo patas arriba.
-¡Pero es mío! -me quejo frustrada tirándole de la falda.
-Es nuestro -indica bastante seria y deteniéndose en el acto-. Es nuestro. Y todavía nos tienes a todos limpiando la que has liado ahí por cabezota.
-Pues dejadme limpiar... -ruego con lágrimas en los ojos.
-No.
-Por favor...
-He dicho que no.