21/2/08

la llamada del lobo (sueño)




Huíamos de él desde que Mario lo había percibido en Sevilla hacía ya un mes. Sabía que si lo convocaba yo tendría que acudir y quería protegerme. Desde que me había marcado era una de ellos y no podría negarme, mi instinto me arrastraría a su presencia. La última semana la habíamos pasado vagando por pueblos perdidos del interior de España, comprábamos algo de comer en las aldeas y volvíamos siempre a campo abierto, donde sería más difícil encontrarnos.
Estábamos estirando las piernas, con el coche parado en un camino de tierra, cuando Mario tensó por completo su cuerpo y me miró aterrado.
-Corre- dijo antes de agarrarme la mano y salir disparado hacia el coche.
Abríamos la puerta del copiloto cuando noté la llamada. No es algo que se pueda describir. Simplemente tu cuerpo sigue órdenes que no son las tuyas y aunque tu mente se revele, no puedes hacer nada, avanzas sin remisión hacia el líder de la manada. No sé cómo Mario aunó todas sus fuerzas para colocarse delante de mí al andar, pero lo hizo y continuamente volvía la cabeza para mirarme, para saber si yo estaba bien. Sus ojos reflejaban el terror más absoluto. Creo que una vez murmuró “lo siento”.
Yo sentía una mezcla de fascinación y miedo. Había oído hablar de él, había oído hablar de su poder y sus exigencias y, aunque Mario me lo había pintado como un monstruo sin compasión, una parte de mí deseaba ir a su encuentro.
No recorrimos más de dos kilómetros. Pronto nos acercábamos irremisiblemente a un círculo de hombres fornidos. Era un círculo amplio, todo el mundo ocupaba un puesto y en el centro estaba él. Percibirlo a tan corta distancia me hizo tambalearme. Su poder era increíble y sentía ahora los hilos que movía para obligarme a llegar a ocupar mi lugar en el círculo. Tenía el pelo negro, liso y largo, con un brillo poco natural y un corte anticuado que encajaba a la perfección con el resto de su figura. Su espalda era ancha y sus brazos, aunque cubiertos, se descubrían musculosos y fuertes.
Cuando llegamos al círculo Mario se situó delante de mí. Yo no podía tomar ninguna decisión sobre mis movimientos, de modo que no sé de dónde sacaba él la energía para oponerse a la orden imperiosa que el líder de la manada lanzaba hacia nosotros. Podía escuchar el corazón de Mario. Algunos de los hombres me miraron tristes, otros ni si quieras repararon en mí.
De pronto él comenzó a hablar y al hacerlo se volvió hacia el lugar que ocupábamos. Me sorprendió la dulzura que reflejaban sus ojos, tan en contra de la violencia que todo lo demás que había en él mostraba. No entendía cómo podía existir esa mezcla en él. Su mentón era fuerte, las mandíbulas anchas, sus rasgos eran duros y morenos. Su voz era la de un líder militar, sus órdenes eran claras y sus modulaciones no dejaban lugar a las réplicas. Indicó qué había que hacer, pero nadie se movió. Mario no había recibido ninguna orden concreta y yo tampoco. En ese momento comencé a sentir el terror extendiéndose por todo mi cuerpo, no sé decir qué lo desencadenó, pero estaba ahí y comencé a sudar.
El líder clavó sus ojos en Mario y ordenó:
-Sal.
Comencé a moverme obligada por su voz, aunque quería resistirme, aunque deseaba permanecer oculta tras Mario, no pude conseguirlo. Pronto ocupaba el lugar frente al líder y el silencio se extendía, pesado, por toda la llanura al atardecer.
El líder comenzó a reírse lobunamente y me estremecí.
-Muy bonito, Mario, muy bonito-.Murmuró y se acercó más a mí. Primero sólo me contempló despacio mientras mi corazón estaba a punto de explotar, después comenzó a olerme. Sentí un mechón de su pelo sobre mi hombro y no pude evitar temblar. Cuando llegó al lugar en el que Mario me había marcado, se detuvo. Noté su lengua lamiendo mi herida y sus manos sujetándome los brazos. Cerré los ojos y cuando los abrí se encontraba de nuevo delante de mí.
-Que nadie la siga. Que nadie se cruce esta noche con ella. No quiero que le prestéis ayuda, quiero que esté sola.-Ordenó brutal. Entonces se volvió a Mario y le preguntó- ¿Entendido?
El silencio se extendió entre ellos y yo rogué desde el fondo de mi pecho que Mario respondiese pronto. Pero no lo hizo. El líder se lanzó sobre él a una velocidad alarmante y lo golpeó en el rostro arrojándolo cinco metros más allá del círculo.
-Me has desobedecido una vez y no vas a volver a hacerlo-. Bramó.- ¿Entendido?
La voz de Mario me llegó apagada. Había asentido.

A una orden del líder el círculo se deshizo, noté que todos los demás eran liberados de su poder menos yo. Mario fue recogido por dos de los fornidos hombres que se lo llevaron a rastras. Me habría gustado llorar por su dolor, pero no era capaz de hacerlo. El líder se quedó de pie frente a mí. La fuerza que ejercía para mantenerme era excesiva, notaba un fardo pesado sobre los hombros, pero no podía doblar las rodillas. Y él me miraba.
Ya era bien entrada la noche y la luna brillaba plena en lo alto de la cúpula celeste cuando retiró su orden de mí. Caí al suelo sin poder evitarlo, estaba agotada.
-A tres kilómetros en esa dirección hay una casa-me indicó-. Está habitada por un matrimonio que ha incumplido las normas y me ha traicionado. Quiero que vayas hasta allí y mates a la mujer.
Quise decir que no, pero no pude hacerlo.
Vagué sola por la llanura sintiendo su presencia siempre cerca de mí, pero sin ser capaz de verlo. A veces notaba incluso otras presencias en la distancia, pero apenas intentaba mantener contacto con ellos algo los apartaba de mí.
La casa era una granja manchega de una sola planta con huertos alrededor. La puerta estaba abierta y entré sin saber muy bien qué me movía a hacer lo que hacía. Mi capacidad de razonar estaba muy lejos de mí. La necesidad de obedecer una orden era tan imperiosa como lo había sido la presión que el líder había ejercido sobre mí en el círculo. O eso quería yo creer. Estaba aterrorizada.
En la habitación central la luz de la luna iluminó la escena brutal de un lobo enorme sobre el cuerpo aún con vida de un hombre de unos cincuenta años. No grité al verlo. No hice nada. El lobo me miró y salió de la casa. El hombre gemía encogido en el rincón. Dejé de respirar. Estaba sola de nuevo.
De pronto sentí una llamada desde la parte de atrás de la casa. Algo me pedía, me rogaba que llegase hasta allí. Corrí a través de la casa hacia una de las ventanas abiertas por el calor del verano que daba al patio trasero. Me lancé a través de la ventana con un salto limpio y noté que mi cuerpo se alargaba para atravesar el pequeño hueco. Cuando caí de pie sobre el suelo de tierra volvía a ser yo. La mujer me llamaba, estaba allí.
Se refugiaba en un rincón del patio, erguida y temblorosa. Llevaba puesto un vestido negro y fresco, tenía el pelo corto y escardado, los ojos verdes. No. No podía hacerlo.
-Por favor…- lloriqueó la mujer y en ese momento sentí la presencia del líder. Volví la cabeza y lo vi de pie sobre la tapia alta y blanca. Me miraba, me observaba, aguardaba que cumpliese su orden.
La mujer dio un paso hacia mí con los brazos extendidos, las lágrimas corrían por su rostro. Sentí ganas de vomitar.
-Por favor…-volvió a suplicar-. Por favor, mátame.
Mi corazón se detuvo y la miré sin comprender. Los ojos de la mujer mostraron un terror inaudito y se llevó las manos a la boca. Negó fervientemente con la cabeza. Pero volvió a decirlo:
-Por favor, mátame.
Las lágrimas corrían por sus mejillas. La risa del líder se extendió en el silencio de la noche. Entonces lo supe, era él, la estaba obligando a suplicarme que la matase. La mujer se arrojó sobre mí y me agarró con fuerza mientras las palabras volvían a escaparse de sus labios temblorosos:
-Por favor, mátame-. Mientras negaba con la cabeza.
-No…-Murmuré y me aparté con violencia de ella.
El líder comenzó a andar por la tapia para alejarse de nosotras. Desesperada salté para alcanzarlo y corrí tras él mientras la mujer corría por el patio persiguiéndome con su súplica y su llanto. Saltaba para alcanzar mis pies, sus brazos se extendían largos por la pared blanca, pero nunca llegaba hasta mí, tropezaba y caía pero no cesaba en su empeño.
El líder, sin correr si quiera, era más rápido que yo. Quería suplicarle, quería hacerle entender que no podía hacerlo, que no quería hacerlo. Pero él no me escuchaba. Las lágrimas comenzaron por fin a correr también por mi rostro y él se paró en seco. La mujer se calló y el silencio volvió sobre nosotros. Sollozaba avanzando hacia él, pero sentí su poder de nuevo deteniéndome.
Con pasos lentos vino hacia mí y me agarró con ternura la barbilla. Sus ojos dulces me resultaron insultantes en ese momento, pero también trajeron paz a mi corazón. Entonces me besó, tiernamente, despacio, en lo que pareció una eternidad. Cuando se separó de mí su olor intenso permaneció en mi cuerpo. Mis instintos se dispararon. Todos mis sentidos despertaron.
-Ahora mátala-. Ordenó.
Y yo era ya un lobo sola en el patio silencioso.

5 comentarios:

Unknown dijo...

(que extraña sensación tener tu libro entre las manos, ya te contaré...)

Luar dijo...

Aire es mi libro....Abel esta celoso!!!jajaja

Patricia García-Rojo dijo...

jajajajaja, GRACIAS!!! a los dos!!!

Antonio Alfonso Jiménez. dijo...

Hoy voy a ser yo quien viene a tu casa a contar un sueño mío.

Tenía 18 años. Me desperté sobre mi cama. Me esperaba de pie un señor de túnica blanca, pelo blanco, baraba blanca.
Me esperaba. Me dijo

- Levántate, te están esperando.

Salí andando por mi pasillo, mi puerta, mi escalera, mi calle, hasta el parque. El parque de siempre, dentro de mi sueño, con encinas a los lados (¿por qué encinas? pues porque entonces las estudiaba) y grupos sentados en círculo sentados debajo de ellas, todos con túnicas blancas, todos hablando relajadamente.

Miré los pies de quien me guiaba, que parecía el líder. No tenía pies. Me dijo varias frases.

Recuerdo una, no más

- Estos son los tuyos.

Y no me senté en uno de sus círculos. Seguí andando con sensación de protejerlos. Como si me hubiese escogido el líder para ayudarle en su función. No dirigirlos, sino atenderlos, servirlos.

No he vuelto a soñar con ellos. No me los he encontrado. Sé que me esperan. Y lo sé. Tú lo sabes, a veces hablamos a gente que no está ahí, que nos escuchan.

¿Qué querría decirme mi cabeza con esto? Dímelo tú que lo sabes.

Juan dijo...

que bueno tenerte de vuelta aire!!!