31/10/07


Estaba embarazada. Lo sabía desde hacía poco tiempo. Tres meses y la barriga casi no se notaba. Lo notó el zorro que siempre iba conmigo y que me hablaba de mí misma. Él fue el primero en darse cuenta y en lamerme la mano cuando concibió mi pánico. Allí, en nuestra guarida, en nuestra caja de zapatos al anochecer, durmiendo entre papeles, sentados en un botón. El terror me había recorrido la médula espinal al descubrirlo. Él se enteraría, me buscaría aún con más ahínco y finalmente daría conmigo. Estaba segura.
La espera no se hizo demasiado larga. Andaba por el césped en los jardines del campus, de camino a otra de las reuniones en las que intentaría averiguar más cosas sobre el zorro que conocía mi alma. Una luz amarilla cubrió por completo al animal, como un foco trágico de teatro, en picado, y tras gemir y removerse mirándome con sus ojos cristalinos, expiró sobre la hierba alargando sus patitas hacia mí. Él me había encontrado.
Comencé a correr con el corazón loco de terror y llegué a uno de los barrios de las afueras de la ciudad. La marea comenzaba a subir en los canales y todo se teñía de grises y negros. Había unos barriles y me acurruqué detrás de ellos a pensar en mi pérdida. Mi barriga era tan normal, tan como siempre, que parecía mentira que pudiese estar embarazada. Unas voces surgieron de la taberna y todo mi cuerpo se tensó, alerta. Eran ellos, eran sus hombres. ¿En qué estaba pensando cuando decidí dirigirme a ese lugar? Los latidos de mi corazón me delatarían en cualquier momento. Sólo tenía dos opciones, correr y lanzarme al mar o confiar en mis pies y volver a la carrera por donde había venido con la esperanza de que aquellos hombres no pudiesen darme alcance. Cada vez estaban más cerca. En ese momento comencé a ver las velas de un barco pirata que atracaba en el puerto frente a la taberna. No parecía una de sus naves. Quizá encontrase socorro en su interior.
Me lancé a la carrera y salté al interior del barco. Los dos hombres me vieron y corrieron en pos mía. El capitán del barco era una mujer, rubia, de pelo rizado. A gritos me pidió que me identificase mientras me apuntaba con su sable. Las palabras no salían de mi boca. La miré desesperada, miré hacia atrás a los hombres que me perseguían y volví a mirarla. Ella lanzó un gruñido, arrugó el ceño y se encogió de hombros.
-Corre hacia la parte de detrás.
Ella sola se lanzó a la pelea con aquellos hombres que me seguían, dándome la posibilidad de saltar a la calle que salía detrás del barco. No sé por qué lo hizo. No sé si nos conocíamos quizá de otra vida, si nos debíamos algo. Si me ayudó por ser una mujer o si sabía que esperaba un hijo. En realidad no lo pensé demasiado y me lancé a la fuga.

Encontré, en un parque lleno de árboles enormes, un balcón en el que acurrucarme a descansar. Pronto se haría de noche y no tenía a donde ir. No podía volver a mi casa. Seguramente él ya la hubiese tomado. Los canales no eran ya un lugar seguro para mí y sólo me quedaba esperar que durante la noche detuviesen la búsqueda. Estaba comenzando a quedarme dormida cuando escuché las voces debajo del balcón, a mi izquierda. Me asomé un poco y vi que dos de sus hombres estaban rondando el parque buscando en todos los rincones. Aquel lugar ya no era seguro. Me asomé por mi derecha y observé que el muro que rodeaba el parque, aunque ancho, estaba demasiado lejos para servirme de pasillo, tendría que saltar al suelo y confiar de nuevo en mis pies. Otro de los hombres se aproximaba con sigilo por el corredor que quedaba entre el muro y el balcón en que me encontraba. No había tiempo que perder, aún no me había visto. Salté y sin pensar en el dolor de las piernas al correr, bajé la cuesta de tierra ansiando encontrar la puerta del parque abierta aún. El hombre me vio y gritó a sus compañeros para delatar mi posición.
La puerta estaba abierta y pude salir por ella y continuar corriendo por la acera hacia abajo, un grupo de muchachos jóvenes cruzaban el semáforo y me agarré a la esperanza de que pudiesen ayudarme. Al fin y al cabo era una mujer en apuros, con unas lágrimas y una mirada de desesperación lograría que hiciesen frente a mis opresores. Me lancé hacia ellos y con pocas palabras les dije que unos hombres intentaban hacerme daño, que me estaban persiguiendo y que estaba aterrada. Los chicos me miraron sopesando la situación. Entonces los primeros hombres salieron del parque y comenzaron a gritar para detenerme. "Por favor" murmuré. Más personas se estaban reuniendo en el semáforo sin saber muy bien lo que estaba pasando. Entre ellos había un chico enorme, de pelo claro y ojos verdes. Me daba la sensación de que estaba formado por líneas rectas, sus hombros anchos, su cabeza cuadrada. Su miraba delataba que me conocía y eso me aterró de nuevo.
Tenía que volver a escapar. Mis perseguidores debieron notar mis intenciones porque se lanzaron contra mí sin tener en cuenta a los muchachos. Estos, sorprendidos por el arranque violento de los hombres, soltaron las carpetas que llevaban en las manos y se dispusieron a defenderme. No sé lo que pasó, enfilé la calle y comencé a correr siguiendo el muro del parque.
-¡Patricia, espera!
El muchacho enorme de líneas rectas corría detrás de mí. ¿Me conocía? ¿Quién era? ¿Por qué sabía mi nombre? ¿Debía pararme o seguir huyendo? Obedeciendo a un impulso me detuve y lo esperé en posición de defensa mientras recuperaba el aliento. Él se detuvo a unos pasos de mí.
-No te asustes, joder, Nuria me ha hablado de ti. Me contó lo que pasaba. Hay dos hombres más esperando al final de la calle. Te atraparán si continúas por aqui.
A su espalda veía la contienda que los muchachos y mis perseguidores estaban teniendo. Aquello era un callejón sin salida. No tenía ningún camino que tomar. Miré al chico de líneas rectas a los ojos verdes y me mordí el labio desesperada.
-Ese es mi coche-, me dijo señalando un auto gris aparcado a su izquierda- puedo llevarte a casa.
En ese momento un grito a mi espalda me hizo saltar de terror. Los hombres que me esperaban al final del parque se habían cansado de aguardar y venían hacia nosotros. Miré de nuevo al muchacho y después corrí hacia su coche. Abrió rápidamente y me metí en los asientos de atrás.
-Túmbate. No sabemos cuantos más hay en la zona-. ¿Dónde vives?-Me preguntó una vez que salimos con ruido de ruedas de aquella encerrona.
-No puedo ir a mi casa-.Susurré conteniéndome y me agarré la barriga.


Estábamos en una caja de nuevo. Escuchaba a los hombres recorrer las calles buscándome. Me sentía como un soldadito perdido en un laberinto lleno de enemigos.
-¿Quién te busca?- Me preguntó el hombre cuadrado.
Suspiré y le conté que hacía dos meses me había largado de casa de mi marido. Mi marido era el pirata que controlaba toda la ciudad y no había consentido que me marchase. Le dije que en realidad me había escapado de mi cautiverio. Yo no le quería. Él me poseía. Cuando el médico me dijo que estaba embarazada me di cuenta de que si hasta entonces las persecuciones habían sido el pan de cada día, ahora no tendría lugar en el que meterme. La red de contactos de mi marido era increiblemente poderosa, se enteraría de que esperaba un hijo suyo y no descansaría hasta encontrarnos.
-Ahora que me has ayudado has firmado tu sentencia de muerte.
Levanté mi camiseta y miré mi barriga plana como siempre. ¿Cómo podía haber ahí nada de vida?

3 comentarios:

Luar dijo...

Me encantaria que fuera una historia de Amor...es que soy un eterno romântico! (Pero nunca lo confirmaré acaso preguntes...jajajaja)

Espero con ansiedad el próximo capitulo...

Beijinhos!

Patricia García-Rojo dijo...

jajajaja,luar, lo veré si sueño continuaciones! Este fue el sueño truculento de esta madrugada! jajaja

Unknown dijo...

Que bien hiciste, no te dejes atrapar, ese pirata no te merece!!!

(Aire, no dejes de tomar la medicación que despues sueñas cosas raras)