nunca he atado perros con mis manos
y aún así
siento mordiscos pétreos
en la piel que no acometes.
será la ausencia
algo de esto que contaban:
la niebla tibia,
la llovizna en el pulmón,
la sombra entre las mantas
de la tarde interminable;
ella debe ser la que nombraban
junto a la hoguera los primeros hombres,
que sin atar perros, sintieron sus ladridos en la noche
e inventaron la palabra
para llamar a la soledad,
vacío.
28/3/14
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