Hay un camaleón en el ascensor que siempre me mira, yo no sé cómo explicarle que es de mala educación mirar a la gente así, con tanto descaro, y siempre procuro, con gesto digno, mirar hacia otro lado con la barbilla levemente levantada para que él, así, comprenda lo que tiene que hacer, lo que se espera del comportamiento de un caballero, por muy verde que sea. Pero él insiste. Temo que un día de un paso hacia mí y se me ponga más cerca. ¡Va siempre tan a juego que me hace sentirme ridícula! Y además quizá, al ladito mía, escuche sin remedio el corazón desenfrenado que desata cuando entra despacio y calmado a situarse junto a los botones rojos y brillantes de este ascensor sin espejo. Algo tengo que hacer para que entienda el protocolo de los espacios diminutos, de los silencios entre desconocidos o las conversaciones sobre el tiempo.
5 comentarios:
Recuerda...
Hay lenguas que matan...
Tengo vecinos camaleones.
Qué buen texto y qué buen blog.
(Llego por Dani)
Y te sigo leyendo!
L.
que ascensor tan raro
NO quiero hacerme pesado tirándote más flores. Ya sabes lo que opino de tus espacios diminutos ;)
Besos acorazados
yo subo siempre por la escalera para evitar los bichos
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