26/5/09




La primera vez que se había cruzado en mi vida llevaba unos vaqueros claros y un vestido morado encima, andaba con despreocupación huyendo del sol. Estábamos trabajando en una calle junto a un parque y yo llevaba tierra en la carretilla hacia una de las zanjas. Levantó la cabeza y me miró -yo hacía tiempo que la miraba-. Supongo que sintió vergüenza, porque bajó la mirada al suelo. Ahora sé que la curiosidad pudo más que ella, porque me volvió a lanzar sus ojos heridos y tuve que cazarlos. Al tercer desencuentro sonreímos.
Desde la primera vez que la vi, hasta la primera vez que nos encerramos en la casetilla del material sólo pasaron dos semanas. Eran las cuatro de la tarde y venía con un vestido verde y sandalias, llevaba el pelo en una coleta alta que ondeaba a su paso. Si quieres saber cómo empezó todo, te juro que no puedo explicártelo. Lo único que sé es que me perdía entre sus piernas al ritmo de su respiración acelerada y que después se escapaba sonriendo tras dejarme un papel doblado en los vaqueros.
Tengo doce papeles doblados, doce poemas cortos que va dejando entre mis cosas antes de irse. Casi no sé nada de ella, sólo que vuelve alguna tarde a robarme la inocencia.
-Vas a volverme loco, poeta –le he dicho hoy, hundiendo la cabeza entre sus rizos, inquieto aún por el calor de sus caderas.

2 comentarios:

DANI dijo...

Te amo?? ;))

Gabiprog dijo...

extrañas liturgias entre zanjas y aceras...