6/3/08


Era la segunda mañana que pasábamos en el almacén, seleccionando entre la historia de tantos años de teatro lo que salvaríamos y lo que iría a parar al enorme montón de basura que Fran y yo habíamos ido creando sin compasión en el centro de la enorme habitación. Ramón había venido a ayudarnos esta mañana y, nada más llegar, se había lanzado hacia el horrible cúmulo de recuerdos condenados a muerte. Quería revisarlo todo de nuevo, salvar aquel casco, aquella capa, reciclar esa jaula, apadrinar el baúl cascado, vestirse con la ropa gastada. Enseguida le llamé la atención y lo insté a centrarse en el cometido que teníamos: decidir qué más íbamos a tirar.

Fran y yo no somos para nada compasivos. Abrimos una caja, miramos un poco dentro y sin cargo de conciencia la lanzamos a través de la habitación hasta el montón. Ramón abre las cajas, lo saca todo, se pone la mitad de las cosas que hay dentro y entre gritos recuerda tal o cual anécdota, viene corriendo hacia mí emocionado, me revuelve el pelo con las manos llenas de polvo y me invita a bailar. Yo pierdo pronto la paciencia y le grito cualquier orden para tenerlo entretenido, él me lo perdona, me quiere de una extraña manera que me hace sentir infinita ternura.

Al final de la mañana habíamos conseguido sacar de allí y llevar al nuevo almacén la escenografía y las herramientas que íbamos a guardar. La ropa que habíamos salvado estaba en bolsas esperando a que nos la llevásemos para lavarla. En la gran habitación sólo quedaba nuestro montón de basura y recuerdos. Ramón me pedía con voz aguda y saltitos jugar un poco con todos aquellos restos. Insistí terca, había cristales rotos y clavos, podría hacerse daño. Le brillaban los ojos.

Miré al suelo para resistirme y un dedal rosa de plástico vino rodando hasta chocar con mi zapato. No sabía de donde había salido, pero se me encogió el corazón. Me agaché corriendo y lo recogí con mi mano negra. Primero lo observé yo mientras Ramón aguardaba callado. Después lo sostuve en mi palma ante sus ojos:
-¡Peter, un beso!- Exclamé sorprendida y emocionada.
Ramón se deshizo en un profundo suspiro y me miró con los ojos cambiados de quien comprende. Fran preguntaba qué decíamos pero nosotros no podíamos escucharlo. Él insistía: "es un dedal". Pero Ramón y yo no dejábamos de mirarnos.
-Toma.-Le dije adelantando la mano hacia él.
-¿Para mí?-Se sorprendió dulce dando un paso atrás.
Yo avancé hacia él con el beso reluciente.
-Sí.-Le sonreí.
Él lo tomó de mi mano y lo miró acercándolo a sus ojos como si fuese el mayor de los tesoros.
-Oh, Wendy-. Creo que dijo-. Gracias, lo guardaré para siempre.- Y tras abrazarme a mí y revolverme el pelo, besó el beso y lo guardó en su bolsillo.
Fran volvió a preguntar. No supimos o no quisimos explicarle. Cargamos el carretón de basura y dimos el primer viaje hasta el contenedor antes de marcharnos a casa.

2 comentarios:

Juan dijo...

Este relato me trae recuerdos de la vez bote algunos de mis juguetes y revistas de niño que habian empezado a empolvarse deolvid. :(

Luar dijo...

Me tranquiliza que no se pueda hacer lo mismo con nuestras memórias, nuestros segredos, nuestras caricias...prefiro quedarme con el beso.