
Normalmente me despierto a las ocho para bajar la persiana y poder seguir durmiendo. A esa hora, el sol está a punto de colonizar todo mi dormitorio para arrastrarme a su día. Hoy eran las nueve cuando miré el reloj y todavía no tenía inundación. Al mirar por la ventana descubrí las nubes, el cielo cubierto, la luz gris, el aire congelado. Aunque ayer trasnoché, no he podido volver a la cama. Necesitaba un día así.
Todos mis días en Londres, el verano pasado, eran así. Y era tan hermoso... Me encanta abrigarme y saltar en los charcos. Allí podía ir a pasear por Seven Dials con un café tempranero, esperar a que abriesen los museos y sentarme a escribir. Acudir a las tiendas pequeñas de pequeños detalles que nosotros hemos olvidado. Visitar a Peter con mis acuarelas o recortar postales para hacer tarjetas.
Me sentía feliz, me sentía yo.