En la floristería de la esquina habían abierto una librería de viejo. Sofía bajaba todas las tardes, con sus ocho años en el bolsillo, a acariciar Cervantes, el gato del dueño, y a llevarse en el pelo el olor a jazmines y polvo. La puerta sonaba a cascabeles, y sus pasos inocentes a mariposas.
2/7/08
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3 comentarios:
Me alegra que hayas vuelto para mejorar las mañanas con tus letras.
Un saludo.
Que bueno tenerte de vuelta.
Saludos enormes!!!!!!!
Preciosas mariposas...
Besos!
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