28/1/10
27/1/10
25/1/10
24/1/10
21/1/10
Lo había vuelto a hacer. Tenía ese brillo en los ojos, Raquel había vuelto a poner veneno en mi copa. La miré por encima del cristal y brindé por ella sonriendo. La acabé de un trago y observé cómo sus ojos relampagueaban de triunfo.
Endurecí mi propia mirada y escupí todo el contenido al suelo. Notaba el regusto amargo en la lengua, sus ganas de acabar conmigo.
Se giró con ímpetu y salió de la habitación dando un portazo. Me entristeció su actitud y, mucho más, escucharla llorar en el baño. Creí que ya había abandonado aquellas prácticas. Pero Raquel siempre sería Raquel y yo continuaría amándola.
20/1/10
19/1/10
18/1/10
17/1/10
16/1/10
-Es sólo curiosidad pero, cuando escribes, ¿piensas en alguien? –preguntó emocionada con el último verso entre las manos.
-No directamente –se encogió de hombros el poeta-, nunca pienso en nada ni en nadie con nombres y apellidos, a veces sólo cazo una palabra y lo contiene todo, a veces es una imagen o una situación.
-Ah… –la joven sonrió intentando parecer alegre y le tendió el poema de regreso.
14/1/10
Hay un camaleón en el ascensor que siempre me mira, yo no sé cómo explicarle que es de mala educación mirar a la gente así, con tanto descaro, y siempre procuro, con gesto digno, mirar hacia otro lado con la barbilla levemente levantada para que él, así, comprenda lo que tiene que hacer, lo que se espera del comportamiento de un caballero, por muy verde que sea. Pero él insiste. Temo que un día de un paso hacia mí y se me ponga más cerca. ¡Va siempre tan a juego que me hace sentirme ridícula! Y además quizá, al ladito mía, escuche sin remedio el corazón desenfrenado que desata cuando entra despacio y calmado a situarse junto a los botones rojos y brillantes de este ascensor sin espejo. Algo tengo que hacer para que entienda el protocolo de los espacios diminutos, de los silencios entre desconocidos o las conversaciones sobre el tiempo.
13/1/10
12/1/10
Primero escuchaste mi voz,
como algo lejos que se acercaba.
Después mastiscaste
mis palabras como carne
de fruta, te las comiste todas,
buscando, no sabías qué,
sólo buscando.
Al final quedé yo,
sin voz ni verbos,
puro hueso.
Y, sin saber si sembrarme
o arrojarme, me meciste
de una mano a otra mano
a tu boca.
11/1/10
Cuento para Carmen y Manuel
Había una vez una niña que cazaba globos. Siempre que un globo se escapaba de las manos de alguien o aparecía perdido en mitad de una calle, la niña que cazaba globos lo rescataba y lo devolvía a su dueño.
Cierto día, la niña que cazaba globos decidió que ella también quería tener un globo y que no descansaría hasta que cazase el globo más grande jamás imaginado. Para eso, comenzó a viajar por toda la tierra.
El problema era que, como estaba tan obcecada en cazar el globo más grande jamás imaginado, se olvidaba ya de cazar todos los globos de tamaño pequeñito y, por lo tanto, muchos niños estaban tristes porque nadie rescataba para ellos los globos escapistas.
-Si me ocupo de los pequeños problemas –pensaba la niña que cazaba globos-, perderé mis fuerzas para enfrentarme al gran globo.
Pero cada vez había más y más niños tristes que habían perdido sus globos, tantos que, de pronto, la niña que cazaba globos reparó en que casi no había sonrisas en los parques, ferias y circos que visitaba.
-¿Qué les pasará a los niños? –se preguntaba sin terminar de comprenderlo-, ¿por qué se preocupan por globos tan pequeños existiendo el globo más grande jamás imaginado en algún lugar recóndito que debo encontrar?
Aunque ese globo enorme jamás aparecía y la niña que cazaba globos cada vez estaba más descontenta con su búsqueda y más preocupada por sí misma.
-Creo que era más feliz cuando cazaba globos pequeños –pensó un día mientras trepaba a un árbol para otear el horizonte y la idea la hizo detenerse al instante.
De pronto, la niña que cazaba globos no sabía qué era más importante: si la felicidad o el reto que se había propuesto. Así que se sentó para intentar buscar la respuesta a esa pregunta.
Estando sentada, con las piernas cruzadas concentrada en ninguna parte, un minúsculo globo azul le fue a dar en la rodilla. Levantó los ojos y vio que, tras él, un niño rubio venía corriendo con cara de preocupación. Levantándose, la niña que cazaba globos, sostuvo el globito azul y se lo tendió al chiquillo.
-¡Muchas gracias! –rió el niño- ¡Creí que nunca volvería a verlo!
-Pero es un globo muy pequeño… –le dijo la niña cazadora.
-Sí, pero es mi globo, el mío –explicó el chiquillo sonriendo-, me gusta así. ¿Tú no tienes globo?
-Estoy en campaña de caza del globo más grande jamás imaginado –dijo ella con orgullo.
-¿Y para qué quieres un globo tan grande?
-Pues… –la niña reparó en que ya ni siquiera recordaba para qué quería el globo que andaba buscando-. Porque sí…
-Ah, vale… –se encogió de hombros el dueño del globito azul y se fue corriendo a seguir jugando.
No sabemos muy bien lo que realmente pasó por la cabeza de la niña que cazaba globos en aquel momento, pero la verdad es que, desde aquella tarde junto al árbol, abandonó su empresa de cazar el globo más grande jamás imaginado. Y dicen, los que se la encuentran a veces, que lleva un globito rojo, no demasiado grande, no demasiado pequeño, atado a la muñeca mientras caza y devuelve globos a los demás para sembrar sonrisas.
¡Ah! Y también dicen que, si le comentas algo sobre el tamaño algo ridículo de su propio globo, la niña cazadora responde muy orgullosa y con media sonrisa: “es mi globo, a mí me gusta así”.
10/1/10
8/1/10
apagando vacía el ordenador.
Que lo jodiesen. Que lo jodiesen y
bien. Se quitó el vestido con un gesto,
lo que era un logro tras la botella
de Protos, y trastabilló al caer
en el sofá. Comenzó por reírse
a carcajada limpia en el tropiezo,
hasta que la emoción le arrasó el pecho
como una escavadora impertinente.
La risa prorrumpió en eco prohibido
despertando a la pena, a los fantasmas.
Y Aurora lloró como una niña
borracha abandonada en esa casa,
desnuda y desnutrida en el sillón.