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A veces me pregunto cómo he sido capaz
de sobrevivir sin un mar al que escaparme,
sin un mar en el que hundir la cabeza
y llorar
en una playa llena de gente
sin que nadie lo note,
como si mis lágrimas fueran
más sal solidaria
con el agua que me envuelve.
A veces me pregunto cosas
tan absurdas como esas,
cuando desnuda y desnutrida
de amor, despierta
por lo absurdo de esta cama,
miro al vacío del cuarto
y deseo que,
como en el sueño
que acaba de desvelarme
por mentira,
estés aquí, conmigo,
quizá al otro lado del teléfono
diciéndome,
simplemente,
que mi voz de dormida te confunde,
que deseas escucharme así
toda tu vida,
contándome anécdotas aburridas
de trabajo que recojo
como perlas perdidas de la India.
(Si supieses que cada una de tus manías
es un tesoro que secuestro
en mis arcas de milagros…)
A veces me pregunto
cómo he sido capaz de sobrevivirme
a mí misma,
de sobrevivir
así, solita,
a este impulso
arrollador de amar
estrellándose en el mundo
como olas, erosionando manos, bocas, piel,
con una sed heredada
de algún sitio que me hace
huérfana y maldita.
A veces me pregunto
cómo, cómo,
cómo vivo
en esta casa vacía.
Y arrojo piedras contra el astro
gritando y sonriendo:
“¿qué sentido tiene?”,
“¿qué maldito sentido tiene
este amor inmaculado?”.
*